Refranes para la gente culta
DOI:
https://doi.org/10.22201/cepe.14059134e.2007.10.10-11.178Palabras clave:
refrán, españolResumen
¡Qué título más desconcertante y atractivo el de esta nota!
Y es que, generalmente, se define al refrán como un dicho “tradicional”, algo que, por pura mala suerte, se ha convertido en un término opuesto a “culto”, no obstante se haya dicho que contiene:
a) una “advertencia”, como las que suelen dar quienes ocupan un lugar reconocido como autoridad, b) una “enseñanza”, como si tuviera la capacidad propia de un erudito o los conocimientos de un educador, c) o bien un “consejo”, como el que suelen dar quienes han logrado la sabiduría.Resulta, igualmente desconcertante, nuestra tendencia adicional a relacionar lo “tradicional” con lo “típico” y lo “popular”, siendo que “culto” —un término igualmente tradicional, y cada día más popular conforme nuestro pueblo se instruye— es por su parte sinónimo de “ilustrado” y “sabio”, ¡que coincidencia!
Pero bueno, como sea y muy a pesar de lo que la Academia o las etiquetas forzadas dicten, al final la influencia de los refranes es tan pedestre que, lo mismo que el aguardiente pueden y suelen ser capaces de embriagar igual tanto a un embajador que al mismísimo presidente, aunque a pesar de ser del dominio de una comunidad lingüística asociada con todo lo que ha sido catalogado como “inculto”. En el mundo académico, los refranes no suelen ser asociados con el concepto de lo “culto” en general, quizá por un respeto a alguna tradición paralela: porque admiramos y respetamos mucho más todo lo que nos viene de fuera y no resulta ajeno, por más que los de la alta alcurnia hayan acordado —muy benévolamente— concederle el titulo de “sabiduría popular”.
Por principio, nadie se ha preocupado por cultivar o cultivarse en el manejo de los dichos y los refranes y tal vez por eso se encuentran en peligro de extensión. Como vemos, resulta innegable que, aun cuando sólo sea por una mera costumbre irreflexiva, la palabra “refranes” choca con la palabra “culta”, pero hay que recorder que esto no sucede cuando los usamos en casa, con nuestros amigos o en nuestras relaciones más cercanas, sino únicamente cuando tomamos conciencia de que lo hacemos por la etiqueta que hemos endilgado a estos vocablos, resultado histórico no sólo de la Conquista —que ya muy desgastada está, aunque no del todo—, sino de nuestra sempiterna capacidad humana y gusto por etiquetar, diferenciar y precisar cuanto se nos pone enfrente, si bien paradójicamente el lenguaje mismo nos ha capturado en su propia manera de ver las cosas.
Si bien el lenguaje nos hizo evolucionar hacia la clase de los sapiens sapiens se nos olvida que constantemente debemos enfrentarnos a la trampa que nuestro propio lenguaje impone a nuestra mente cuando define y fija de una manera limitada nuestra concepción general del mundo, o mejor dicho, del mundo general que nos rodea.